03/06/2024

Ética en los medios de comunicación

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Escrito por Fernando González Urbaneja

Intervención de Fernando González Urbaneja, presidente de la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo, en el Congreso Estatal “EnClave de Ética”, celebrado en Oviedo el 28 y 29 de septiembre de 2023. En su discurso recalca que existen muchos códigos deontológicos, pero no llegan mucho más lejos del papel escrito. Por ello, considera que aterrizar esos códigos en los contratos y estatutos sería un paso decisivo para el renacimiento del periodismo profesional.


*FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA

El diccionario de la RAE nos define la ética como “conjunto de normas morales que rigen la conducta humana”. No es mucho, aunque puede ser suficiente. Para ir ampliando, la ética tiene carácter individual y práctico (ética aplicada), referida a la conducta personal que tiene en cuenta valores y actitudes de “respeto, responsabilidad, justicia, honestidad y libertad”, todos ellos valores que suelen estar entrelazados. La ética va más allá del cumplimiento de la ley e incluso del sometimiento a normas morales de carácter general. La ética nace de la “propia conciencia”, de un concepto que me atrevo a resumir en palabras propias de nuestras abuelas: “ser decente”. Y vuelvo al diccionario, que define la voz decente no solo como persona aseada, sino sobre todo como “persona honesta, justa, debida”. Hacer lo debido, no hacer a los demás lo que no quieras para ti, conceptos sencillos y profundos que todos conocemos.

Ya aplicada la ética al periodismo, hago mío el comentario de García Márquez que resumió el temario de un curso que impartía el periodista colombiano Javier Darío Restrepo (una autoridad en la materia) de esta manera: “Entonces, la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodista como el zumbido al moscardón”. En resumen, sin zumbido (ética) no vuela moscardón (periodista). Sin ética no hay periodismo, este carece de sentido. Luego volveré sobre ello, porque pienso que el futuro del periodismo depende de sujetarse, amarrarse a principios éticos que generen credibilidad y respeto.

Voy más allá: los profesionales del periodismo sabemos que existen una serie de “reglas del oficio”, una lex artis, como la de otras profesiones, que definen la naturaleza de una profesión y que van más allá de exigencias legales o morales para conformar el carácter de quienes ejercen el periodismo; conciencia y actitud ante su trabajo profesional. Disponemos desde hace décadas de códigos deontológicos que conforman la ética de la profesión. Son sencillos y conocidos, aunque no sean respetados.

El futuro del periodismo depende de sujetarse, amarrarse a principios éticos que generen credibilidad y respeto.

Me han propuesto hablar de ética en los medios de comunicación, en el periodismo. Y alguno pensará que llega un marciano: ¿ética de periodistas… a estas alturas del curso? No son pocos los que piensan que es algo improbable, por no decir imposible o indemostrable. Y no faltarán los que me relaten prácticas periodísticas en las que la ética brilla por su ausencia. No les falta razón, pero ello no impugna una ética periodística.

Pérdida de confianza en los medios de información

Si miramos las opiniones reflejadas en encuestas, y la conversación ciudadana, la credibilidad de los medios, de los periodistas, está por debajo del aprobado y descendiendo. Lo reflejan todas las encuestas publicadas. Estuvo mejor hace años, durante las últimas décadas del pasado siglo, pero a lo largo del XXI la cosa va empeorando.

La pérdida de credibilidad no significa otra cosa que la desconfianza ciudadana, generada por el alejamiento de las normas éticas. Buena parte de la ciudadanía no cree que los medios les cuenten la verdad; más bien, que se adaptan a los intereses, preferencias o influencias de cada medio y de cada periodista. Por eso han dejado de consumir periódicos. Intuyen que se han dado de lado las reglas del oficio, la lex artis a la que me refería antes, aparcada por otras urgencias que tienen que ver con la crisis del sector, la cual obedece a causas que van de la revolución tecnológica a la crisis financiera. También a la miopía del propio sector, de periodistas y editores que no entendieron a tiempo lo que se les venía encima y no han sabido afrontarlo, al menos hasta ahora. Sin perder de vista malos comportamientos por comodidad, pereza o interés espurio.

Buena parte de la ciudadanía no cree que los medios cuenten la verdad

A la crisis de la industria de los medios informativos han contribuido los políticos. El acercamiento, el encamamiento, de la política y el periodismo ha dañado a ambos; los ha llevado a una falta de respeto entre sí y a la creación de una realidad paralela, alejada de la conciencia y los intereses de la ciudadanía; y ha animado la polarización, la confrontación social, la confusión y el deterioro de la “conversación ciudadana” que acompaña y caracteriza a las democracias maduras. Todo por el alejamiento de la ética profesional.

No solo los políticos, hay otros actores que conspiran con éxito para arrinconar la deontología profesional. Líderes del deporte, de la cultura, del espectáculo, del entretenimiento… se han esmerado en esquivar y domeñar el buen periodismo, instrumentalizarlo, y han dispuesto de poder suficiente para conseguirlo. Como en tantos otros aspectos, el corto plazo, lo inmediato, ha devorado el medio y largo plazo, lo esencial. Sin descartar a los propios ciudadanos a los que les ha interesado poco este problema de la credibilidad de la información, y se han entregado a un “infoentretenimiento” que adormece y empobrece.

Digo todo esto tras una experiencia de periodista con más de 50 años de ejercicio en casi todos los géneros y soportes, además de responsabilidades directivas y de representación de la profesión, incluida mi condición actual de presidente de la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo, sobre cuyo balance escribí recientemente lo siguiente:

“30 años después de la aprobación del Código Deontológico de la profesión periodística, 20 años después de la creación de la Comisión encargada de velar y aplicar ese Código como mecanismo de autorregulación profesional, el balance es, en mi opinión, decepcionante. No ha servido de nada, o de muy poco. No obstante, su valor radica en su propia existencia, en cumplir una función de testigo de lo que es deseable y debería ser posible. Soy de los que creen que el futuro del periodismo depende de su deontología, de que asumamos la lex artis de la profesión; que existe, que conocemos y que es consustancial a la profesión. Sin ética, el periodismo no merece la pena, se queda en nada, mera fachada, porque la piedra angular de la profesión es la credibilidad, que nace de la confianza de ciudadanos dispuestos a pagar por información que les sirva, que merezca la pena, por su valor añadido”.

Con esta convicción acepté la presidencia de la Comisión y acepté venir hoy aquí a hablarles de ética en el periodismo. Alguno de los presentes puede pensar que les habla otro de los pesimistas que abundan en estos tiempos. No lo soy, esto tiene arreglo, existen oportunidades de mejora si se construye una conciencia del problema y se afronta con determinación. Es otro de esos problemas de la sociedad actual que requiere de liderazgo moral y confianza en las personas y en un instinto de conservación y voluntad de progreso. Me resultó inspirador hace unos años una conferencia del presidente Obama en el homenaje al periodista con más alta reputación de los Estados Unidos que había fallecido en aquellos días, Walter Cronkite:

“Sabemos que es un momento difícil para el periodismo. Aunque crece el apetito por las noticias y la información, las redacciones están cerrando. A pesar de las grandes historias de nuestra era, los periodistas serios se encuentran sin empuje con demasiada frecuencia. Al mismo tiempo que disminuyen las noticias, se reduce lo fundamental de ellas. Y también con demasiada frecuencia llenamos ese hueco con comentarios apresurados, cotilleos sobre famosos o las historias insustanciales, en vez de hacerlo con las buenas noticias o el periodismo de investigación que Cronkite defendió. ‘¿Qué ha ocurrido hoy?’ ha sido reemplazado por ‘¿Quién ha ganado hoy?’.

El debate público se degrada. La confianza del público se quiebra. No somos capaces de entender nuestro mundo, ni de entendernos los unos a los otros tal como debiéramos. Y esto tiene consecuencias reales en nuestras vidas y en nuestra nación. Parece como si tuviéramos que elegir entre lo que nos arrebata lo fundamental y lo que nos daña como sociedad. ¿Qué precio es más alto? ¿Qué coste es más duro afrontar? Walter dijo: ‘Esta democracia no puede funcionar sin un electorado razonablemente bien informado’. Esta es la razón por la que el periodismo honesto, objetivo y meticuloso –que muchos de vosotros perseguís con el mismo entusiasmo con que Walter lo ejerció– es tan importante para nuestra democracia y sociedad: nuestro futuro depende de ello”.

Restaurar el valor de la verdad me parece una de las tareas determinantes para el futuro del periodismo

Lo que decía Obama en 2009 tiene plena actualidad y valor, tanto o más que entonces. De entonces acá, hemos pasado por Trump, el bréxit, los modelos iliberales europeos, el auge del populismo y la autocracia, por la decepción de una ciudadanía confundida… y por el naufragio del buen periodismo que a lo largo de lo que va de siglo relegó y olvidó las reglas del oficio. Y ya que les hablo reiteradamente de las reglas del oficio se las resumiré en cinco enunciados:

  • El periodismo tiene como primera obligación la verdad, su búsqueda diligente. Con lealtad, ante todo, a los ciudadanos y con una herramienta esencial: la disciplina de la verificación. Hoy más que nunca verificar es decisivo. Restaurar el valor de la verdad me parece una de las tareas determinantes para el futuro del periodismo. Los populismos, esas autocracias crecientes durante lo que va de siglo, se sustentan precisamente en debilitar la verdad, relativizarla, defender lo alternativo, es decir, lo falso. Restaurar la verdad es decisivo para el periodismo y para la democracia.
  • El periodismo requiere independencia respecto a los que informa, incluso de sus consecuencias. Su deber es informar y no ratificar las convicciones de sus clientes. La independencia es una condición inexcusable, necesaria, para que el periodismo se pueda practicar.
  • El periodismo debe ejercer, por su propio carácter, un control independiente del poder, es decir, no depender, no secundar los intereses de esos poderes. Además, debe ofrecer un foro público para la crítica, el comentario, el contraste de opiniones, que contribuyan a la “conversación ciudadana”.
  • El periodismo acredita su carácter cuando los significantes de su trabajo -información y opinión- son relevantes y sugerentes; y, además, proporcionados y exhaustivos. Contar historias que interesen y que se entiendan, con datos, contexto y antecedentes.
  • El periodismo respeta la conciencia individual de los profesionales que viven de su trabajo, que no son aficionados motivados por distintas causas o pulsiones, sino periodistas con una profesión. Ello justifica la cláusula de conciencia y el secreto profesional previstos en el artículo 20 de nuestra Constitución.

Someterse a esas reglas no es sencillo si el entorno no ayuda, si la sociedad no lo demanda, si la democracia no funciona, si los editores no lo asumen y si los periodistas lo olvidan. Y mucho de esto ocurre en estos tiempos recientes.

Transformaciones en la industria del periodismo

Sufrimos de varios síndromes que tienen que ver con lo dicho antes y sobre todo con los cambios tecnológicos que han modificado el flujo de la información, que la dotan de más amplitud y profundidad (lo cual es positivo), pero también de inundación, de banalización (y esto es malo). Mucha más información de cualquier asunto; tanto, que abruma, confunde y desalienta, ya que no hay manera de separar la paja del grano, de diferenciar fuentes potables de charcos. No resulta fácil detectar las mentiras e identificar la verdad.

Hasta la llegada de internet, el flujo de la información iba de los protagonistas al público en general a través de los medios. Un flujo unidireccional y bastante simple. Los periodistas disponíamos del monopolio de la información. Era noticia lo que salía en los medios. Y estos habían conseguido a lo largo del tiempo, con independencia y profesionalidad, una razonable reputación, porque sabían seleccionar, ordenar, valorar y trasmitir una información útil al público.

Ese orden saltó por los aires a lo largo de lo que va de siglo con la revolución tecnológica y las nuevas tecnologías de la información. Estamos en la era de internet y del iPhone que facilita los flujos de información en red, multiplicando emisores y receptores: la aldea global. Una realidad no reversible, no elegible. Ha llegado y se queda.

Los medios tradicionales, a los que llamamos legacy, tratan de adaptarse al nuevo modelo con éxito desigual; con asombro, retraso y torpeza. De momento pierden influencia y futuro. Aparecen nuevos medios, digitales en su mayoría (con otro esquema de costes y penetración), inicialmente no tan respetuosos con las reglas del oficio, algunos gratuitos (aunque siempre hay alguien que paga), y casi todos buscadores de emociones, de llamar la atención, y de búsqueda de atención inmediata.

Además, sobre todo, han emergido las llamadas redes sociales, que en poco más de diez años se han apropiado del flujo de la información, de la conversación ciudadana y han revolucionado el mapa informativo introduciendo un colosal desorden. Pero todo cambio cursa con desorden inicial, la cuestión es asimilar y conducir el cambio hacia un nuevo orden eficiente.

Un acontecimiento decisivo en esta historia fue la sección 230 de la Ley de Decencia de la Comunicación de 1996 (Estados Unidos), la cual consagró la “inmunidad de las plataformas digitales”, que les exime de responsabilidad por sus contenidos. Ni Facebook ni YouTube ni Twitter (ahora X) ni TikTok son responsables de lo que difunden y, por tanto, les importa una higa si los contenidos son ciertos o mentiras, si ayudan o perjudican, solo les interesa crecer, captar atención y audiencia. Lo consiguen sin coste y se convierten en los nuevos monopolistas de la información. Proporcionan a la mentira libre acceso a la pista, mentira que corre más rápido que la verdad y que se resiste a la rectificación.

Son los nuevos medios, gigantes, independientes, globales, pero que funcionan sin periodistas ni normas. Se apropian y metabolizan el trabajo de terceros, a los que desarman y someten. Y, por ahora, van ganando, aunque empiezan a entender que deben explorar espacios de cooperación con los medios tradicionales para conseguir contenidos. Pero todavía sin asumir responsabilidad alguna por lo que difunden.

La Ley de Decencia de la Comunicación de 1996 consagró la 'inmunidad de las plataformas digitales'

Felizmente, la Unión Europea empieza a entender el problema y a exigir responsabilidades a estas plataformas, al tiempo que las empuja a practicar un mayor respeto a sus víctimas; sobre todo, a los medios, a los que ha desplumado y sustituido. En los Estados Unidos, el poder de las plataformas se mantiene inalterado y, en los países autoritarios (China, Rusia, Irán…), las plataformas han pactado con esos Gobiernos. De manera que ha empezado una fase de contención de las plataformas globales para recuperar un esquema de competencia y pluralismo, que es imprescindible para que funcione una sociedad democrática, de libertades, que se somete a las leyes legítimamente establecidas.

Este es el nuevo orden que tiene que evolucionar hacia entornos más amables con la ciudadanía y con la democracia, que implica respeto a los demás, cooperación, solidaridad, reconocimiento de los diferentes, igualdad de oportunidades e igualdad ante la ley. Y el papel del periodismo en ese proceso de “nuevo orden” me parece imprescindible. Lo decía Obama y es bastante evidente que el periodismo tiene un papel necesario en ese nuevo orden, que pasa por el retorno de la ética profesional, por el respeto a las viejas reglas del oficio a las que me he referido antes.

No es fácil el retorno a ese periodismo “de oro” que conocimos y disfrutamos en la segunda mitad del siglo XX. Y no lo es porque ese retorno pasa por la independencia de los medios, independencia financiera y de propósito. Sin suficiencia financiera, los medios no pueden cumplir su función informativa. Y la suficiencia financiera se esfumó a lo largo de este siglo por la crisis económica y, especialmente, por el cambio de modelo impuesto por la tecnología.

Fíjense que tres cuartas partes de los ingresos tradicionales han desaparecido en poco tiempo. La publicidad se la han quedado las plataformas tecnológicas, y más de la mitad de los clientes han mudado a otros soportes para informarse. Sin ingresos, con pérdidas, las plantillas de periodistas profesionales se han reducido casi a la mitad, también las retribuciones; y, con ello, su potencial profesional ha menguado.

No me parece que sea irreparable, si bien el proceso de reconversión necesita tiempo, toma de conciencia, aliados poderosos y habilidades. Los editores tienen que volver a definir su función y los periodistas también. El entendimiento entre editores y periodistas ha sido siempre condición necesaria para el buen funcionamiento. Pero sin la suficiencia financiera no es posible la independencia, y sin independencia no hay espacio para un periodismo ético y creíble. Todo el sector tiene que volver a definir su “propósito”, que no puede ser otro que ofrecer una información fiable, plural, con trasparencia de intenciones y leal a sus clientes (ciudadanos).

Proceso de regulación del sector

El camino por recorrer transcurre por el reconocimiento de la situación y el cumplimiento de una serie de hitos que pasan por definir la condición de periodista y la de medio de información. No es baladí este punto, ya que no está claro qué se entiende por medio de comunicación y por periodista.

Entiendo y comparto que periodista es “quien se dedica profesionalmente a comunicar información veraz y relevante a la ciudadanía por cualquier medio de información, cuya principal misión es hacer realidad el derecho a la libertad de información que tiene la sociedad y consagra nuestra Constitución española en su artículo 20”. Y se entiende por medio de comunicación “todos aquellos (prensa, radio, televisión, digital…) que difunden informaciones verdaderas y relevantes y están sustentados en una sociedad editora, pública o privada, comprometida con las buenas prácticas y códigos deontológicos que rigen el periodismo”.

Conforme a estas definiciones, muy elementales, pero también sustanciales, la deontología profesional forma parte de la naturaleza del periodismo y, consecuentemente, tendría que ocupar un espacio central y visible en su comportamiento y en su definición. Un espacio que hoy no ocupa, no se habla de ética en las redacciones agobiadas por otras urgencias. No se explicita ni justifica la exigencia ética. Existen códigos deontológicos, muchos, muy parecidos, pero no llegan mucho más lejos del papel escrito. No forman parte del objeto social de las compañías editoras ni de los contratos de los periodistas. Aterrizar ese código en los contratos y estatutos sería un paso decisivo para el renacimiento del periodismo profesional.

Inmediatamente surge el debate de la regulación: cómo exigirlo y quién puede exigirlo. Algunos proponen una legislación específica, y hay iniciativas en ese sentido en la Comisión Europea como la Ley Europea de Libertad de los Medios de Comunicación, que se debate este año y que a unos asusta y a otros les parece irrelevante.

La deontología tendría que ocupar un espacio central y visible en el comportamiento y definición del periodismo

El periodismo se resiste a la regulación amparándose en el espíritu y la letra de la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que considera “no legislables las libertades de religión y expresión”; y, como mal menor, sostiene que es suficiente la autorregulación. Sin embargo, como les decía al principio, esa autorregulación no alcanza, no garantiza, no funciona suficientemente.

Soy de los que temen la regulación, está acreditada la pasión de los Gobiernos por legislar, para controlar, aunque no quieran reconocerlo. Casi todos los Gobiernos caen en la tentación de aplicar un modelo de regulación amparado en evitar lo que algunos llamaron “males de la imprenta”, para corregir excesos, para proteger a la ciudadanía. Recelo de esas intenciones.

Existe regulación positiva y exigente, que se materializa en el Código Penal, y en leyes que regulan el derecho de rectificación, el derecho al honor e intimidad, la cláusula de conciencia… Todo ello bajo el manto de los artículos 18 y 20 de la Constitución, que son pilares firmes de las libertades (plural) de información y expresión.

Existen códigos deontológicos, muchos, muy parecidos, pero no llegan mucho más lejos del papel escrito

El proyecto de normativa europea, sometida a informe público y a debate en el Parlamento, que se pretende sustanciar esta legislatura, supone una toma de conciencia sobre la relevancia de disponer de un sistema “plural e independiente” de medios informativos.

Indica que se ha tomado conciencia de la penetración de las técnicas de manipulación de la verdad y avanza sugerencias y propuestas para reforzar los mecanismos internos en los medios de cara a proteger esa independencia editorial y garantizar el pluralismo, que pasa por la trasparencia del sector y la neutralidad de los Gobiernos.

Elevar los estándares éticos en el periodismo

Hoy disponemos de una panoplia de instrumentos para mejorar los estándares éticos del ejercicio profesional. Lo que no está tan claro es que exista voluntad de utilizarlos. Les resumiré algunos de ellos:

Los estatutos de redacción, que pueden denominarse los “libros de estilo” de cada medio, los cuales deben contener los “propósitos” del medio de forma explícita, que sean conocidos y asumidos por los periodistas y conocidos también por clientes interesados. Al lado de ese “propósito”, deben figurar las consecuencias por el incumplimiento.

Existen experiencias interesantes en forma de “defensores del lector”, que cumplen una función de enlace entre el público y las redacciones. Deben gozar de autoridad e independencia, que no es lo más frecuente. Pero más vale que existan a que desparezcan, ya que significan un compromiso, una voluntad de respeto a las reglas del oficio.

El periodismo ganaría credibilidad si se esmerara a la hora de escuchar a sus clientes, a los ciudadanos. Por ejemplo, dando espacio preferente y amplio a las rectificaciones, más allá de la exigencia legal. Supone humildad e inteligencia. Rectificar implica reconocer errores, que es duro, pero fortalece.

La profesión periodística ganaría credibilidad si fuera exigente con el uso de sus fuentes, si acierta a enseñarlas para fortalecer la credibilidad. Y el uso de fuentes pasa por la credibilidad que las otorgue. El periodista no es un mero trasmisor de lo que le dicen, por interesante y sugestivo que sea. Su función es acreditar y verificar, casi garantizar que lo que publica es relevante y tiene fuste.

La información política, por ejemplo, está preñada, intoxicada, de declaraciones insustanciales o tramposas. El deber, la ética del periodista, radica en rechazar lo superfluo, lo vacío, y buscar lo sustancial. Explicar más lo que ocurre que lo que pudiera ocurrir, que es hipotético, improbable. Recelar de lo previsible o probable y valorar lo que es. Si lo hiciéramos, los políticos y los demás actores de la actualidad informativa se verían obligados a ser más exigentes consigo mismos, más cuidadosos y menos tramposos.

No quiero dejar de mencionar la aparición de unos actores intermedios interesantes, los llamados “verificadores”. Son periodistas en algunos casos, aunque no es necesario, y se han situado al margen de los medios, con objeto de verificar lo que se publica, lo que dice, y certificar si tiene fundamento de veracidad o si se trata de un bulo o manipulación. En mi opinión, están haciendo un buen trabajo y contribuirán a ese nuevo orden menos tóxico que el actual.

Existe un principio bien conocido que reza que “los hechos son sagrados, las opiniones son libres”. Su aplicación práctica implica la separación de la información de la opinión de forma clara. Me parece recomendable la existencia en algunos medios de dos directores, dos redacciones: una de opinión y otra de información. Y en esta última, me parece relevante dejar al margen las preferencias personales de los redactores, incluso de la línea editorial del medio, que deben quedar al margen del enfoque informativo.

Me molesta la previsibilidad de lo que un periodista o un medio vaya a decir en asuntos informativos por su adscripción admitida o asignada. A la ciudadanía no debe interesarle el partido al que vote el informador, sino su fiabilidad.

La ética del periodista radica en rechazar lo superfluo, lo vacío, y buscar lo sustancial

Uno de los sectores que han resistido mejor la crisis es el de la prensa local, la de proximidad, la más cercana a las personas, la que significa una última oportunidad para defender derechos y denunciar abusos. Porque las personas o grupos con problemas que no encuentran respuestas en las Administraciones acaban recurriendo al periódico o a la radio local como último recurso. Y la cosa funciona, pues una página en un diario o un espacio de radio o televisión local espolea al político a responder y actuar, aunque solo sea por el “qué dirán”.

Y acabo tirando de este hilo con unas modestas y breves recomendaciones sobre cómo relacionarse con los periodistas que pueden interesarles. Porque los periodistas siguen siendo buenos intermediarios para reclamar derechos y denunciar abusos. Unas recomendaciones que giran en torno a dos ideas: trasparencia y empatía. En resumen, inteligencia.

Trasparencia supone explicar lo que hacéis. Cómo hacerlo, por ejemplo, citando a algunos periodistas cuando no hay problemas para explicarles quiénes sois y a qué os dedicáis, exponer vuestra realidad, méritos, realizaciones y aspiraciones. Ello significa invertir para el futuro. Cuando hay problemas, no se puede explicar casi nada. Contar con una red de periodistas (especialmente los más jóvenes, inversión a largo plazo) que conozcan lo que hacéis, lo que pretendéis y reclamáis es sembrar para el futuro.

En estos tiempos, eso requiere previamente desarrollar una página web de calidad. Es lo primero que van a mirar los periodistas y quien se interese por vuestras actividades. Defraudar en la web tiene mal arreglo. Hay que estar preparado para los malos tiempos y las malas noticias que siempre llegan, y eso requiere previsión y acopio de aliados bien informados.

A los periodistas hay que darles explicaciones, no rehuirlos ni presionarlos; sencillamente, informarlos, sin más pretensiones. También es necesario tener en cuenta que sus intereses no necesariamente coinciden con los vuestros. No son amigos, son periodistas que buscan noticia y noticia suele ser algo que algunos quieren ocultar.

Sois parte de la sociedad civil activa, con realidades tangibles y con problemas, y podéis servir para estimular el zumbido del moscardón que acompaña a los periodistas, los cuales buscan fundamentalmente noticias que interesen a la gente.

 

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