27/06/2024

Autorregulación y autocrítica

El eterno debate de la regulación imposible

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Escrito por Lucía Méndez

La polarización y el activismo están en aumento en el periodismo español, impulsados por las redes sociales y la tecnología. Los debates públicos entre periodistas y políticos han afectado a la credibilidad de los medios. Recientemente, ha surgido una controversia sobre la acreditación de periodistas en el Congreso, aumentando la tensión entre política y periodismo. Para mantener la integridad y credibilidad de la profesión, la solución óptima sería una autorregulación efectiva en el sector periodístico que prescinda de la intervención gubernamental.

 

* LUCÍA MÉNDEZ

Los periodistas españoles volvemos a ser noticia, en contra de lo que sostiene el dicho clásico de que un periodista nunca debe ser noticia. El trastorno de las instituciones, el radicalismo del debate político y la crispación de la conversación pública está impactando sobre una profesión que nunca se vio totalmente libre de las acometidas de la política.

Es necesario reconocer que en los últimos años la cantidad de periodistas dedicados al activismo, cuya labor no va encaminada a informar, ha aumentado de forma exponencial. Las redes sociales y la tecnología que permite que un periodista se pueda convertir él mismo en un medio de comunicación solo manejando un móvil ha hecho saltar por los aires el ecosistema mediático. Y, lo que es más grave para el ejercicio del periodismo, ha dinamitado las reglas del juego políticos-periodistas, las cuales, mal que bien, venían funcionando desde los años de la Transición.

Hoy en día, es habitual que algunos periodistas establezcan un debate político en las redes o en las televisiones con ministros del Gobierno o dirigentes de los partidos, sin que nadie se extrañe por ello. Las reglas establecían que los periodistas preguntaban y que los políticos respondían y debatían en las tribunas entre ellos. Por desgracia para la necesaria credibilidad de los medios de comunicación, el debate -casi siempre en tono maleducado y con insultos- público entre periodistas y políticos se ha normalizado en España.

Los dirigentes de los partidos consideran que los periodistas hacen política. Y algunos periodistas se empeñan en darles la razón. Así sucede, por ejemplo, en el caso de las ruedas de prensa del Congreso, donde periodistas acreditados hostigan a los portavoces de determinados partidos para después subir la grabación del enfrentamiento a sus redes sociales. Generalmente, son medios de comunicación cuasiunipersonales de funcionamiento opaco. La acreditación de la que disfrutan estos periodistas para acceder a las dependencias parlamentarias ha sido objeto de controversia. Hasta el punto de que algunos grupos han solicitado al Gabinete de Comunicación del Congreso que se les retire la autorización a esos medios.

Los dirigentes de los partidos consideran que los periodistas hacen política. Y algunos periodistas se empeñan en darles la razón

Dicha petición, sin embargo, no puede ser atendida, ya que chocaría con las garantías constitucionales de la libertad de expresión, con el derecho a la información de los ciudadanos y con la inexcusable igualdad que deben tener todos los medios de comunicación para acceder a la institución parlamentaria. Una vez concedida la acreditación, de acuerdo con las mismas reglas que se le exigen al resto de los periodistas acreditados, no es posible retirarla, salvo en casos muy extremos. Y el acoso dialéctico a los diputados es una mala práctica periodística, además de una obvia falta de educación, pero no una razón para impedir la entrada al Congreso del periodista que incurre en esos comportamientos.

La polarización se ha trasladado desde el ecosistema político hasta los medios, en una simbiosis que está provocando un gran descrédito de la profesión periodística ante la sociedad española. La falta de credibilidad es el más grave problema de la profesión. Y aquí hay mucha autocrítica que debemos hacer. No hay más que echar un vistazo a la conversación pública para comprobar que, en muchas ocasiones, los ciudadanos confunden a los políticos con periodistas y a los periodistas con políticos. Y la responsabilidad última hay que buscarla, para ser honestos, en la metamorfosis de muchos colegas que han abandonado el periodismo para abrazar el activismo en pro de un partido, de un líder o de ambas cosas.

La falta de credibilidad es el más grave problema de la profesión. Y aquí hay mucha autocrítica que debemos hacer

La polarización política y la actitud claramente invasiva de los partidos hacia los medios ha llevado a primera página el papel de los periodistas. Cada época tiene sus palabras fetiche y casi siempre están vinculadas a la actividad periodística. Si en un tiempo fue la posverdad y las noticias falsas -fake-, el debate de esta época es la “máquina del fango”, expresión acuñada por el escritor Umberto Eco en su novela Número cero, cuyo protagonista chantajeaba a la clase política italiana amenazando con publicar noticias, aun falsas, para desprestigiarles ante los ciudadanos.

Fue el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quien responsabilizó públicamente a determinados medios de comunicación -seudomedios, en la terminología de algunos partidos- de usar las mismas técnicas de la novela de Eco con informaciones sobre las actividades profesionales de su mujer, Begoña Gómez, y de otros miembros de su familia. A su vez, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, culpó a algunos medios de lanzar bulos contra su pareja, Alberto González Amador, acusado formalmente por la Fiscalía de un delito de fraude fiscal.

Ambos asuntos, distintos entre sí, han desatado una guerra sin cuartel entre algunos responsables políticos y periodistas de distintos medios. El jefe de Gabinete de la presidenta madrileña amenazó a los periodistas que buscaban información sobre el fraude fiscal del novio de Isabel Díaz Ayuso. Mientras que, desde el Gobierno, el PSOE, Sumar y los partidos independentistas cargaron contra los “seudomedios” que identificaron con algunas publicaciones digitales de reciente creación cuyas líneas editoriales son muy contrarias a la izquierda.

Hay que señalar en este punto que determinados medios y periodistas han asumido como propias las llamadas “guerras culturales” de la derecha contra la izquierda y viceversa. Una práctica importada de los líderes populistas, que consiste en dejar a un lado los proyectos políticos, los programas de Gobierno y la gestión de la cosa pública para únicamente batallar dialécticamente por todos los medios posibles en contra de determinadas ideas y quienes las defienden. No hace falta bucear mucho en algunos medios para comprobar que las guerras culturales son parte del paisaje mediático español. Ello resta espacio y tiempo al periodismo ejercido según los catálogos de buenas prácticas de cualquier asociación profesional de periodistas.

Determinados medios y periodistas han asumido como propias las llamadas ‘guerras culturales’ de la derecha contra la izquierda y viceversa

Llegamos así a la última discusión abierta en canal por políticos y periodistas a propósito de la “máquina del fango”. Aunque en estos tiempos parece que todo sucede por primera vez, los periodistas sabemos que casi todos los Gobiernos y todos los partidos han señalado a periodistas concretos cuando han considerado que las informaciones o las críticas les estaban haciendo daño. Y también sabemos que partidos y Gobiernos han abierto debates acerca de posibles regulaciones sobre el ejercicio profesional del periodismo y sobre los medios de comunicación. Es obvio que, en este momento histórico, la difusión de mentiras es imparable en la selva del mundo digital; y los medios, por desgracia, no tienen capacidad para detener esa dinámica, aunque sí para controlar mucho más lo que publican. Y en ello estamos fallando de forma estrepitosa.

Las asociaciones profesionales han debatido con intensidad sobre estas cuestiones en las últimas décadas. El periodismo es una profesión y es un oficio. Un oficio que se aprende en los medios. No existe una colegiación obligatoria para ejercer el periodismo. De hecho, es una profesión caracterizada por el intrusismo. Las titulaciones obligatorias no son la única vía para ser periodista y ejercer la profesión. Las empresas, casi todas ya con sus propios másteres, son libres para contratar como periodistas a quienes consideren oportuno.

Las asociaciones profesionales han debatido también largo y tendido sobre la regulación y la autorregulación, conforme a los parámetros de la buena práctica del periodismo. Y la conclusión a la que han llegado es que la mejor regulación es la que no existe. La revolución tecnológica ha permitido una mayor facilidad para la existencia de emisores de información con capacidad para llegar a una audiencia millonaria. Desde aquel periodismo ciudadano y los primitivos blogs se ha pasado a profesionales que crean medios con grandes audiencias casi de la nada o con una discreta financiación.

La expresión clásica de que “no se pueden poner puertas al campo” viene muy a cuento en los debates cruzados política-periodismo en la era de la polarización. Cualquier puerta, obstáculo o valladar que se construyera para cerrar la boca de los periodistas o limitar la posibilidad de expresarse a través de un medio impactaría de lleno contra la libertad de expresión. La democracia tiene sus servidumbres. Una de las cuales es tener que aceptar un mal uso de la libertad, un abuso de las prerrogativas de los periodistas, que puede incluir la difusión de mentiras -bulos, en el lenguaje de ahora- para garantizar la libertad de expresión en todas sus formas.

Tendríamos que ser los propios periodistas los encargados de establecer quién y cómo puede ser periodista, quién y cómo puede llamarse “medio de comunicación”, quién y cómo no puede llamarse así, quién es un intruso y cómo se expulsa a los intrusos. Esa posibilidad de autorregulación aún no hemos podido perfilarla, como han hecho en algunos otros países. Pero lo que sería imposible es aceptar una regulación de los poderes políticos. A pesar de los excesos, de los bulos, de las mentiras, de las manipulaciones, de los activistas, de los intereses, algunas veces espurios, de las empresas mediáticas, del sectarismo e incluso de la pésima voluntad de algunos periodistas.

Ningún Gobierno se ha atrevido a arrogarse la competencia de conceder el carné de periodista o de regular la práctica profesional o de limitar la existencia de medios de comunicación. Y desde luego, no por falta de ganas. Quienes hablan de esto ahora mismo deberían tenerlo en cuenta. Si no lo han hecho, por algo será.

 

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